miércoles, 7 de octubre de 2015

Juego peligroso

Esa máquina tragaperras me llamaba desde hace días, pedía a gritos que cerrase el despacho y bajase al bar de Toni para reencontrarme con ella. Sus botones eran mi peor vicio, sus luces mi perdición y, los ruidos que hacía, mi debilidad. Hacía meses que podía hacerme cargo de los gastos obligatorios, meses en los que no era el moroso de mi comunidad de vecinos, pero llevaba trescientos euros en la cartera. Toni me esperaba con un vaso de ginebra y esa maldita máquina me llamaba, yo sentía que me llamaba. Cuando vuelva a casa, decidiré si ceno algo o vendo mi reloj al primero que pase con un escorpión tatuado en el antebrazo, tal vez a ese músico que suele ensayar con su batería en el garage del chalet que hay frente a mi casa.

Siempre pensé que, si viviese en Las Vegas, mi nocturnidad habría terminado conmigo o, por el contrario, con una buena noche habría comprado el Plaza y hubiese vivido de sus beneficios.




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