Su pelo era oro y lo esparcía por toda la casa mientras cantaba. Aquellos que iban recogiendo cabellos valiosos, escuchaban la voz de la soprano. Ella no se quedaba callada escuchando a otros artistas e improvisaba sobre las pistas vocales que éstos habían grabado.
Su energía era como la del rey de la selva, que cuida a los suyos, trae comida al hogar y pelea con seres que intentan irrumpir en la paz de su familia.
Nada ha cambiado, y sigue siendo quien era. Ahora canta más y en su casa siempre hay carne, pescado, fruta y canciones, no para cualquiera, igual que sus abrazos.
Era como un león y es una dama de honor.
Los leones de ciudad también son hormiguitas buscan y acaparan para los suyos, unos cantan, otros lustran zapatos. Curioso titulo y mejor final. Un abrazo
ResponderEliminarCon el título, dudé, pero no con el final, de modo que me alegro mucho de que te guste.
ResponderEliminarUn abrazo,
Jorge